Ni camisa de fuerza para empresarios ni salario de hambre para trabajadores

Por: José Luis Bedoya – Opinión

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La polémica en torno a la reforma laboral en Colombia ha encendido el debate entre dos polos aparentemente irreconciliables: los derechos de los trabajadores y la sostenibilidad de las empresas. Mientras el Gobierno insiste en saldar una deuda histórica con millones de trabajadores precarizados, los gremios empresariales levantan la voz por lo que consideran una amenaza al empleo formal, especialmente en las micro, pequeñas y medianas empresas.

¿Quién tiene razón? Ambos. ¿Quién se equivoca? También, ambos, si no ceden en algo.

No podemos seguir tolerando un país donde más del 50 % de los trabajadores están en la informalidad, sin contrato, ni seguridad social ni futuro. Pero tampoco podemos imponerle a los empleadores cargas que terminen ahogando al aparato productivo, reduciendo contrataciones o incluso empujando más empleos hacia la informalidad.

Un nuevo pacto laboral

Colombia necesita una reforma laboral, sí. Pero no una reforma contra el empleador ni una que mantenga el trabajo indigno. Necesita una ley equilibrada, que reconozca derechos y, a la vez, facilite las condiciones para que los empleos existan, se mantengan y crezcan.

Propuestas como aumentar los recargos nocturnos a partir de las 6:00 p. m. deben ser revisadas con gradualidad. Es razonable mejorar los pagos por turnos nocturnos, pero hacerlo de golpe afectaría especialmente a sectores como comercio, salud o vigilancia. Lo mismo aplica para la formalización de contrataciones por horas: deben tener protección social, pero con esquemas proporcionales y flexibles, no imposibles.

Por el lado empresarial, también hay tareas pendientes. La tercerización laboral no puede seguir siendo una trampa para pagar menos o evadir responsabilidades. Y si se quiere contratar con flexibilidad, debe hacerse respetando derechos mínimos. La dignidad no es negociable.

Un Estado activo

Este equilibrio también exige un Estado que no solo legisle, sino que acompañe. Programas de apoyo a la formalización, subsidios temporales para MiPymes, promoción de primer empleo y simplificación de trámites laborales son medidas urgentes si se quiere que la reforma funcione más allá del papel.

No se trata de ganar una pelea ideológica. Se trata de que los colombianos puedan trabajar con dignidad, y de que las empresas tengan las condiciones para contratar, producir y crecer. En otras palabras: ni camisa de fuerza para los empresarios, ni salario de hambre para los trabajadores.

Colombia está a tiempo de pactar en lugar de imponer. Y eso, en el fondo, también es una forma de justicia social.

Los Consejos de Ministros deberán ser públicos (con responsabilidad)

Por Fernando García Cáceres

Administrador de Empresas – Especialista en Gestión Pública y Alta Gerencia

Logo Consejo de Estado

El Consejo de Estado acaba de emitir un fallo histórico que marca un antes y un después en la relación entre el poder Ejecutivo y la ciudadanía: los Consejos de Ministros ya no podrán celebrarse a puerta cerrada. La Sección Quinta de esa corporación eliminó el último resquicio legal que durante cien años permitió blindar estas reuniones del escrutinio público.

Durante décadas, la Ley 63 de 1923 fue utilizada como excusa legal para mantener el secretismo. Fue un abuso interpretativo que gobiernos de todos los colores —conservadores y progresistas por igual— emplearon para esconder decisiones de interés público. En 2020, por ejemplo, se invocó esa ley para negar acceso a actas clave relacionadas con el escándalo de sobresueldos en el Congreso. Hoy, gracias a este fallo, eso ya no será posible.

La sentencia coincide con un momento en el que el presidente Gustavo Petro ha insistido en la necesidad de un gobierno abierto. Si bien este contexto político influye, el fallo trasciende lo coyuntural: se trata de una reafirmación de lo dicho por la Corte Constitucional, que ha sostenido que la transparencia no es una opción, sino un deber del Estado.

Desde ahora, las reuniones del Consejo de Ministros podrán ser públicas, transmitidas en vivo, y sujetas al juicio de la ciudadanía. Ya no bastará con versiones oficiales o actas resumidas: los colombianos podrán ver —y oír— qué temas se discuten, qué posturas se defienden y qué intereses representan quienes ocupan los altos cargos del Ejecutivo.

Sin embargo, esto no significa que todo deba exponerse sin filtros. El fallo también establece límites razonables: la seguridad nacional y la protección de datos sensibles seguirán siendo reservas legítimas. La transparencia debe ir de la mano con la responsabilidad.

El gran desafío, ahora, es evitar que esta decisión judicial se quede en letra muerta. La historia colombiana está llena de sentencias valientes que nadie cumple. Por eso, corresponde a los medios exigir acceso real —no solo transmisiones editadas—, a la ciudadanía monitorear plataformas como Urna de Cristal, y a los entes de control, sancionar con firmeza cualquier intento de revivir el secretismo.

Este fallo no es solo una victoria jurídica: es un cambio cultural. Porque cuando las decisiones se toman bajo la luz pública:

Los abusos dejan de estar a salvo.

La confianza institucional se fortalece.

La democracia se hace más robusta.

Y el poder, finalmente, pierde su refugio en la sombra.

El camino está trazado. El reto ahora es claro: vigilar, exigir y no retroceder.
Menos secretos, más transparencia

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