Nota de reflexión: por José Luis Bedoya.
La juventud, ese tesoro divino, parece estar hecha de risas, fuerza y sueños. Nada duele, nada pesa. Los superhéroes habitan los gimnasios, las discotecas y los lugares de diversión, donde todo gira en torno al disfrute personal. En esa etapa, las responsabilidades parecen lejanas porque el mundo ofrece un sinfín de oportunidades.

Pero un día, sin previo aviso, llegan las enfermedades, los accidentes o las largas temporadas en cama. El cuerpo ya no responde igual, la voluntad se apaga y la vida se encierra entre paredes. La soledad hace su entrada. Los amigos se alejan, la familia se convierte en visitante ocasional, y lo que parecía un simple malestar se transforma en Parkinson, Alzheimer, cáncer… enfermedades sin antídoto, sin alivio.
Y entonces, cuando crees que todo se ha perdido, aparece quien menos esperabas: tu hermana, tu madre, tu pareja. Esa persona que, gracias a un gesto, una palabra o un acto de amor, te tiene aprecio y decide quedarse a tu lado. Si no tienes dinero ni bienes, su cariño puede ser tu mayor fortuna.
Sin embargo, con el paso de los años, también el cuidador puede enfermar, incluso más que el paciente. El desgaste físico y emocional no perdona. La carga del cuidado también cobra su precio.
Enseñanza:
Cuida hoy a quienes te rodean. Atesora a tus amigos, fortalece los lazos con tu familia y seres queridos. Porque el futuro es incierto, y el amor que siembres ahora puede ser el único refugio cuando más lo necesites. Ningún superhéroe es invencible, pero todos podemos ser cuidadores con el poder del amor y la gratitud.

