Por José Luis Bedoya.
Una respuesta muy común y muy paisa podría ser: «Tratando de arreglar el país».

Con el paso de los años, las discusiones entre las personas por temas de política y deportes se han intensificado, incluso dentro de los círculos familiares o personales. En el deporte, estas rivalidades tienen una intención clara: son estrategias de mercadeo para llenar estadios y generar emoción.

Sin embargo, la política es un asunto mucho más complejo que debería ser tratado por expertos o por el periodismo profesional. Cuando el ciudadano de a pie se involucra, muchas veces se genera confusión y enfrentamientos, donde el debate se centra en quién es mejor o peor presidente, sin siquiera conocer los tres poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Surgen discordias por los presupuestos asignados a los ministerios o secretarías de las ciudades, aunque rara vez asistimos a las reuniones donde se planifican estas decisiones.
En redes sociales, los debates se vuelven aún más acalorados, con personas defendiendo a sus líderes políticos, ya sean de derecha o izquierda. Algunos incluso critican o alaban a figuras polémicas, como un guerrillero que llegó a liderar Colombia. Estas conversaciones se replican en parques, salones, pasillos o cafeterías, pero muchas veces solo reflejan la confusión generalizada del ciudadano frente a las circunstancias actuales.
Los ataques a los pueblos, como en Catatumbo, y los hallazgos de víctimas en lugares como la escombrera «San Javier» en Medellín, son solo ejemplos del caos que vivimos. ¿Qué nos está pasando? Pareciera que, más allá de las elecciones, los políticos solo hacen promesas que se quedan en la incertidumbre.
En resumen, el ciudadano común no es consciente de cómo grandes marcas fomentan el consumismo, mientras los poderosos en la política y la religión manipulan emociones, decisiones, formas de actuar, influyendo en cómo elegimos y vivimos.

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